¿Cómo se llega a tener un Tiranuelo en casa?

¿Cuáles son los motivos que llevan a esta situación?
Pues como resulta que no es un problema fácil, los motivos que llevan a esta situación tampoco lo son.
Lo más sencillo suele ser culpabilizar a los padres, aquello de «si fuera hijo mío le iba a enseñar yo».
Pues no.
El problema es bastante más complejo, entre otras cosas porque este tipo de violencia suele ser selectiva y no una constante permanente en la personalidad del niño, en algunas ocasiones este comportamiento sólo se manifiesta en el seno de la familia y no en la escuela o en otros ámbitos, en los que su comportamiento puede resultar de lo más adecuado.
Realmente aún no se ha identificado con exactitud las causas que originan este problema. Aunque, como casi siempre, se habla de una especie de acumulación de factores.
En primer lugar, claro, está la predisposición genética (no, la herencia no, o no sólo). Esto podría explicar el por qué dentro de una familia, y con las mismas condiciones ambientales, solamente se ve afectado uno de los miembros.
También parece existir un componente físico. Pudiera ser que existiera un cierto desequilibrio en la química cerebral (por ejemplo la fluctuación de serotonina, pero hay bastantes sustancias diferentes fluyendo por ahí dentro de la cabeza). Un desequilibrio de los distintos neurotransmisores puede impedir la adecuada regulación de las emociones, el control de los impulsos y también puede incidir en el comportamiento. Aunque esta es una afirmación tal vez excesivamente médica, o más bien, directamente psiquiátrica, y por lo tanto está más próxima al Trastorno de Oposición Desafiante.
Parece existir cierto consenso entre los investigadores en la importancia de las causas psicosociales.
Es innegable que de un tiempo a esta parte se evidencia un cambio en el modelo laboral y social, cosa que va a repercutir directamente en la cantidad y calidad del tiempo que pueden emplear los padres para dedicar a sus hijos. Las necesidades económicas, desgraciadamente, mandan y la inestabilidad del mercado laboral no favorece precisamente ese deseable concepto de conciliación familiar que tanto se busca y tan poco se encuentra.
Por otra parte estamos inmersos en un tipo de sociedad excesivamente hedonista y consumista, en el que los ejemplos que más triunfan son los que consiguen el éxito de forma fácil, rápida y sin casi ningún esfuerzo. Sólo hace falta asomarse un poco a determinadas cadenas de televisión o alguna que otra red social de esas tan populares y encontraremos algunos de ellos casi sin querer.
Total, que los padres, además de la responsabilidad de ser padres, se ven en la vorágine del consumismo y la economía.
No es extraño que no puedan dedicarle a los hijos ese tiempo de calidad tan necesario y que están desando dedicar, por lo que muchas veces el sentimiento de culpabilidad que llega a generarse puede llevarles a intentar compensarlo concediendo caprichos.
En otros casos es el hecho de intentar encontrar un momento de tranquilidad y encontrarse con un berrinche. Si transijo, se acaba la pataleta, encuentro paz. Al menos al principio. Luego resulta que no funciona tan bien.
Quizá por eso la palabra NO es algo que escuchan poco y los pequeños emperadores se vuelven poco tolerantes a esto de los noes.
Y esta carencia de noes lleva a una falta de límites claros. Si los padres no tienen tiempo para dedicar a los niños y a veces se delega en terceras personas como abuelos o cuidadores, tampoco van a tener demasiado tiempo para educar a los niños en normas de conducta adecuadas, con lo que el sentimiento de impunidad se hará presente en el niño: «se hacen todo tipo de concesiones para no tener problemas y al final lo que generan es un problema» dice Javier Urra.
Por eso es muy importante que los pequeños tengan unos límites claros, coherentes, consistentes y compartidos tanto por los dos progenitores como por el resto de la familia, y añadidos (abuelos, tíos, amigos, niñeras…).
Además de todo esto habría que considerar aquello de tener que darle a mi hijo todo lo que yo no tuve.
O al revés: no quiero que mi hijo sufra la misma educación que tuve que sufrir yo.
Todo suma.
¿Y fuera de la familia?
El sistema educativo parece que también queda saturado. Puede encontrarse con tener que marcar límites a unos niños que los desobedecen y desafían para conseguir lo que les apetece. Incluso se puede dar el caso en que desde el colegio se intentan establecer ciertas normas y se encuentran con la desaprobación y las quejas paternas, padres a quienes  no les gusta que nadie ejerza ningún tipo de autoridad sobre sus hijos, excepto ellos, si es que realmente la ejercen.
Hace muy pocos días se ha publicado en prensa que una maestra en Toledo ha sido gravemente agredida por una madre cuyo hijo había llegado a casa con un chichón. No es lo habitual. Pero se da.

Con todo esto encima de la mesa se podría decir que los más peques de la casa poco a poco se van acostumbrando a no valorar las cosas y a que sus deseos más inmediatos deben ser cumplidos por encima de todo.
Por otra parte, es lógico que los padres acaben por frustrarse y angustiarse muchísimo, porque nada de lo que hagan conseguirá que el niño esté satisfecho.
Dejar que el mundo gire alrededor de nuestro emperador particular les está haciendo un muy flaco favor, porque un niño que no ha experimentado algo de frustración y que no siempre se va a salir con la suya, es un niño con una cierta debilidad.
En un futuro puede llegar a tener muchas dificultades para afrontar nuevas situaciones y solucionar problemas sin ayuda.
Cuando este pequeño emperador sea adolescente y se hayan consolidado sus pautas morales y de conducta, puede tener problemas para aceptar una autoridad externa que les imponga ciertos límites, por ejemplo los mínimos de convivencia.
En los casos más graves puede llegar a la agresión física a sus padres, aunque son las madres las que se suelen llevar la peor parte. Incluso hay alguna corriente social que llega a considerarlo como una forma particular de violencia de género.
El problema puede llegar a hacerse mucho más serio. Sobre todo si tiene que intervenir la policía. No sería la primera vez. Y desgraciadamente no sería la última.
El qué se puede hacer para prevenir o corregir esto lo dejamos para la siguiente entrega.